éxodo
nombre masculino
Marcha de un pueblo o de un grupo de gente del lugar en que estaban para buscar otro lugar en que establecerse.


En el sentido literario, llamarlo éxodo es muy bonito, aunque a Andrés le gustaba más llamarlo "el momento en el que nos convertimos en caracoles".


Después de nuestra gran aventura en la montaña, volvimos a Cusco y nos encontramos con un panorama dantesco. Ahora ya tenía todo más sentido, por qué no teníamos nuestro hostal reservado en Cusco, ni nuestros tickets estaban comprados. Nuestro hostal de Cusco, que al principio tenía buena pinta, estaba ahora sumido en el auténtico caos. El jefe no estaba, y había una pelea entre la gente que regentaba el lugar en ausencia del jefe. Estas personas actuaban de forma violenta y además estaban drogadas. La situación era un verdadero cocktail molotov, y nosotros teníamos que arreglárnoslas para recuperar el dinero que habíamos pagado por el hostel y por las entradas del Machu Pichu, nuestro equipaje y salir pintado de allí.


Para nuestro asombro vimos que nuestras amigas Margarida y Candice estaban todavía allí. Cuando conseguimos el dinero y nuestras mochilas las convencimos para irnos a otro hostal. Nos fuimos de allí, y lo que pasó después no lo sabemos, pero todo pintaba fatal y aunque llamamos a la policía, allí no se presentó nadie.


Mente fría, sentarse y pensar, ¿qué necesitábamos? hacer la colada y marcharnos de allí. La dureza de la montaña combinado con el dramón hicieron que decidiésemos saltarnos el día que nos quedaba en Cusco, y llegar a la costa cuanto antes. Nos convertiríamos en caracoles, el bus sería nuestra casa de noche, y de día visitaríamos los lugares que nos quedaban, Arequipa, Huacachina, Paracas, las islas Ballesta y terminar el Lima con algún día más para relajarnos y hacer surf. El convertirse en caracol era un plan tan suculento y llamativo que incluso nuestras dos amigas se unieron, y así fue como nos pusimos en marcha de camino a la costa.

Los buses en Perú son muy cómodos, algo que nunca había visto. Con unos asientos enormes, que se reclinan entre 140 y 170 grados, uno viaja como si fuese en una cama!


Nuestra primera parada fue Arequipa. Allí fuimos, las prioridades: free tour, plaza de armas, casa de Vargasllosa, mercado de la ciudad y puesta de sol desde un costado de la ciudad. Esto sobre el papel, pero como siempre, calló una improvisación. En plena plaza de armas había un hombre que tenía unas bolas en la mano, y Andrés dijo, "ese hombre tiene unas bolitas!". Allí fuimos, era comida, y al final nos liaron para tomar un pisco, que en cualquier caso era algo que habíamos decidido hacer en ese momento. Arriba nos encontramos con un panorama bastante cool. Era una terraza con vista a la plaza de armas y la catedral, bellísimo, y además había un grupo tocando música peruana. Allí llego nuestro asombro, dos Arequipeños que ya iban algo morados comenzaron a comprarnos jarras y jarras de pisco, y al final acabamos entablando conversación. Fue muy curioso ver que no reaccionaban mal cuando decíamos que éramos españoles (esto era algo que nos había pasado en los Andes), en cambio eran bastante positivos con la historia y aunque reconocían que España esclavizó y trato mal a la gente en Perú, agradecían que les había quedado una ciudad preciosa, lo cual era cierto.

Después del completo día en esta fabulosa ciudad colonial, nos dispusimos a volver al nuestro caparazón, el bus, y movernos hacia el mar.


Diego!