Más allá de lo evidente


Los gallegos, junto con los gringos, se levantaron y se dirigieron a la palloza donde estaban Antonio y Elliot para desayunar. Menudo mejunje de culturas y de gente perdida, nadie hablaba hasta que el monfortino estimó oportuno abrir la boca, uno de sus, "sooo, what's up, how are you guys?" el vigués miro al suelo y esperó lo peor. La alemana se envalentonó ya de entrada y justo después de decir "good, good" preguntó... "you know the truth? are you connected with the universe?". Ya al monfortino le dieron vueltas los ojos, y el vigués lo miró como diciendo.. "ya te vale.. si te estuvieses callado..".


Era día de ceremonia de ayahuasca, la mañana transcurrió rápidamente mientras conocían la zona, las cabañas y el funcionamiento del lugar. A la hora de comer como paso e iba a pasar siempre para todas las comidas, hasta el final, se reunieron los gringos y comieron. Esta vez al brotar la primera semilla de la alemana cuando preguntó "you believe the universe? I don't, I only see the milky way" el monfortino reaccionó con agudeza y dijo, "yo solo creo en los árboles y en la comida que comemos, por cierto, que tal? como te llamas y de dónde vienes?" pareció que aquel corte había parado de golpe esos delirios de no se sabe muy bien qué.


La tarde fue psicológica, no había cena y a las 8 de la tarde comenzaba el lío. Los gringos durmieron, excepto el monfortino que leía sin parar un libro sobre chamanismo y experiencias con hierbas alucinógenas, 'Las enseñanzas de Don Juan' el cual se terminó justo una hora antes de la ceremonia. Parecía que eso le hacía feliz, comenzó a pulular por todos lados y se pasó a hablar con el vigués, el cual le dijo:


- estás nervioso no?

A lo que respondió con:

- no, por?

y el replicó:

- desde que entraste ya resaltaste 3 veces lo tranquilo que estás y nunca te pregunté.

Tiene razón el cabrón, dijo para sí el monfortino.


Salió de la cabaña y se dirigió a la choza de las hamacas, donde reposaba Don José. No era su intención hablar, si no tener compañía, habló con el de generalidades y le preguntó si había tomado ayahuasca, a lo que él respondió con un alegre "sí, ocho veces exactamente, cada cual mejor que la anterior, hasta que dios se me apareció y me dijo que ya me había bastado". Diego, que es como se llamaba el monfortino, asintió y sonrió empáticamente, pues de verdad le parecía una persona serena que vivía cada momento y llena de sabiduría y afán por ayudar.


Ocho menos diez de la tarde, noche de luna llena se veía tan claramente que no hacía falta llevar luz. El templo circular completamente vacío, en su centro una planta de ayahuasca y una de chacruna, las dos plantas mágicas que componen el brebaje milenario. Alrededor cuatro velas, y cerca de las paredes el sitio que los gringos ocuparon un poco más tarde. A las ocho y diez llegaron los chamanes, se sentaron y se instauró el silencio de los humanos y la juerga de la selva. Al cabo de un rato, un tímido silbido comenzaba a florecer, era Don Lucho que comenzaba a entonar los Icaros que marcaban el inicio de la ceremonia. El silbido ganó fuerza y vigor, hasta alcanzar una intensidad tal que parecía más que un comienzo relajado, se trataba de una alerta al cuerpo y alma de los gringos de que la medicina de la ayahuasca estaba a punto de entrar en ellos. Al parar los silbidos, todos recibieron su copa de ayahuasca y unos minutos después comenzó la verdadera ceremonia. Don Lucho comenzó con un cántico Icaro y Anderson acompañaba con un abanico de hojas secas que marcaba la base de todos los Icaros. Después comenzó Luis Jr. con los cánticos y lo siguió Anderson.


Diego estaba confuso, ya que nunca había consumido alucinógenos, se concentraba en los cánticos, mantenía los ojos abiertos y contenía alguna que otra náusea. El vigués de nombre Andrés, la casualidad, estaba viviendo ya una experiencia maravillosa según parecía, decía estar en Barcelona y estar disfrutando de la obra de Gaudí. Diego en cambio no parecía viajar demasiado, hasta que se acostó y escuchó el rugido de la Sachamama, se levantó asustado, y pensó, "si parecía que solo decía buenos días". Ahí se acordó de Castañeda en las enseñanzas de Don Juan y que el miedo es el primer enemigo del hombre que quiere aprender, entonces se echó otra vez y se dejó llevar.


Nada de lo que comenzó a ver tenía gran claridad o especial sentido ni color. Más tarde vio fractales, se generaban en un punto de fuga y no tenían color, pero él estimó oportuno convertirlo en blanco ya que los fractales eran un cliché y estaba seguro de que no era el ayahuasca sino él mismo quien generaba esas visiones. Al cabo de un rato, varias cumbres de montañas aparecieron, más y más con el tiempo, y al verlas se separaban con un efecto parallax, ya que cada una estaba un poco más lejos que la anterior, y en cada cumbre una hormiga, una sola. Las cumbres se convirtieron en galeones que las mismas hormigas capitaneaban, pero para cuando la sesuda mente de Diego comenzó a tratar de buscarle sentido a la visión, todo desapareció.


Abrió los ojos y pensó "¿qué está pasando?, quiero ver más cosas", cerró los ojos de nuevo. Esta tozudez le costó un rato sin ver absolutamente nada, y sólo cuando se volvió a relajar vio algo, en frente a él lo que parecía el rostro de una mujer en el que quería reconocer a alguien en concreto y no conseguía ya que no se mostraba con nitidez, listo como se creía se acordó una vez más de Castañeda quien parpadeaba con rapidez cuando no podía ver con claridad una visión lo cual funcionó un poco. Se empecinó el monfortino en verla a ella, pero lo único que consiguió fue que desapareciese y sentirse decepcionado, quizá una lección de la que debería tomar nota...


Terminado este episodio se dirigió a la experiencia final del viaje de ese día, la que más tarde llamaría la atención al chamán Don Lucho. Tras un rato de sequía visual, vio como una compleja estructura de postes que parecía tener vida, se situaba delante de él. Se expandía y contraía como si respirase. A medida que lo veía con más claridad se asustó y la visión se convirtió en un montón de hojas verdes en una formación determinada, era la primera vez que veía algo con color. Esa estructura se giró, era una cara, esta vez quería reconocer que era su madre con esa su sonrisa que a él tanto le agrada. Pero era lo que él quería, una vez más trataba de dominar las visiones en lugar de dejarse llevar y el empecinamiento de querer hacer de esa cara la de su madre provocó una distracción que disolvió la visión coincidiendo con el final de la ceremonia. Todos salieron fuera y bajo la mágica luz de la luna se abrazaron y a continuación se fueron a dormir.


Diego!